Inmigración a México
Desde la llegada de libaneses a principios del siglo veinte, pasando por la inmigración española tras la Guerra Civil, la llegada de judíos durante la Segunda Guerra Mundial, los exiliados políticos de las dictaduras del centro y sur de América, y en los últimos años los refugiados de la guerra en Guatemala, México se ha posicionado como un país que recibe con los brazos abiertos a migrantes de todo el mundo (aunque dada su actitud hacia los migrantes centroamericanos que van de paso en su camino hacia Estados Unidos resulta pertinente cuestionar esta imagen). De estos grupos inmigrantes, muchos son claramente reconocidos dentro del país como diásporas, principalmente aquellas provenientes de Europa, aunque también tienen un lugar importante los libaneses (y cómo dejarlos de lado si el quinto hombre más rico del mundo es mexicano de ascendencia libanesa: Carlos Slim).
Aunque se ha reconocido de forma general la inmigración hacia el país, existen grupos que, aunque han sido estudiados por la academia y existe información sobre su llegada y establecimiento en el país, no es conocida su presencia ni el grueso de su influencia en la cultura mexicana. Dentro de estos se encuentran los japoneses.
Con todo, tampoco hay que dejar de lado que en general, las políticas migratorias de países de Occidente de finales del siglo XIX y principios del XX eran profundamente racistas, y mientras se privilegiaba la entrada de migrantes europeos (predominantemente blancos) existían restricciones rígidas en cuanto a la entrada de cualquier otra raza. El gobierno de los Estados Unidos prohibió completamente la entrada a japoneses en 1924, y siguiendo este ejemplo, el presidente Plutarco Elías Calles promulgó una segunda Ley de Migración, en la que se establecían criterios mucho más severos y arbitrarios en cuanto a quiénes podrían entrar al país. Entre algunas de ellas se encontraba el privilegio que tenía la Secretaría de Gobernación para prohibirle la entrada a cualquier grupo de inmigrantes si, según su criterio fuera escasa la oferta de trabajo (Ota Mishima, 1985: p. 21).
Posteriormente, la tercera Ley de Migración, publicada en 1930 establecía claramente cuáles eran los parámetros para dar entrada a extranjeros que quisieran establecerse en el país:
“…se considera de público beneficio la inmigración individual o colectiva, de extranjeros sanos, capacitados para el trabajo, de buen comportamiento y pertenecientes a razas que, por sus condiciones, sean fácilmente asimilables a nuestro medio, con beneficio para la especie y para las condiciones económicas del país…”. (Ota Mishima, 1985 : p. 21)
Aquí se hace evidente la manipulación de las leyes por parte del gobierno para hacer vagas y generales sus disposiciones acerca de la entrada de posibles migrantes. De aquí, que en octubre de cada año se publicaran tablas que señalaban el número máximo de inmigrantes de cada país que se admitirían durante el año siguiente (Ota Mishima, 1985: p. 21).
Inmigración japonesa
Aunque las principales oleadas migratorias de Japón hacia México datan de finales del siglo XIX, las relaciones entre ambos países se extienden incluso hasta el siglo XVI, poco después de la Conquista. Gracias a la Nao de China, el comercio entre ambos países fue una constante durante la Colonia, y tras la consolidación de ambos países como Estados-Nación, México fue el primer país en reconocer a Japón como país en términos de igualdad. Durante el Porfiriato ocurrió la primera gran migración japonesa bajo el argumento que existían grandes extensiones de tierra y muy poca población, por lo que era necesario fomentar la migración con tal de que se aprovecharan los recursos de las tierras desocupadas. Gracias a Enomoto Takeaki llegó la primera colonia japonesa a establecerse en Chiapas con el propósito de sacar provecho de la creciente industria cafetalera en la zona del Xoconuzco. Aunque no tuvieron éxito en la escala que habían esperado, una pequeña parte de los colonos logró sembrar maíz, frijol, caña de azúcar y arroz. Asimismo, empezó a ir en aumento la cantidad de japoneses que se dedicaban al cultivo del cacao (Ota Mishima, 1985: p. 45). Aunque finalmente el contrato que permitió estas migraciones quedó nulo y se dispersaron los miembros de la colonia (algunos regresaron a Japón, mientras que otros se movieron a otros estados del sur de la república), la colonia Enomoto quedó como un antecedente para las migraciones que continuarían a lo largo del siglo XX.
Japoneses en México